lunes, 23 de octubre de 2017

Bucólico

Me despierta el cacareo del gallo de Miguel, miro el reloj; las 9'30. "Menudo gallo más perezoso" murmullo mientras me visto. Bajo a la cocina y pongo la cafetera sobre el fuego.
Estoy untando de miel una rebanada de pan del pueblo de Santa Cilia cuando escucho el burbujear del café recién hecho. Lo separo del fuego y al verter el líquido sobre una taza su olor termina por despertarme. Saco mi desayuno a la hera y mientras observo al norte los picos del Pirineo, escucho el tintineo de un cascabel que me resulta familiar: El gato royo de Miguel aparece entre los barrotes de la verja y se queda parado junto a la lavanda. "¡Royito!" digo sonriendo mientras me acerco a la puerta en busca de un tazón de leche. Dejo la puerta entreabierta a propósito y el gato entra en casa, se me acerca y ronronea. Trata de subir a la encimera pero con un gesto amable y la leche en la otra mano, se lo impido apartándole el morro. Saco su desayuno fuera mientras el animal se cuela entre mis pies, y nos sentamos ambos al sol suave de la montaña, que ilumina las hojas verdes, brillantes aún por la lluvia de ayer. No pasan ni cinco minutos cuando un bocinazo me saca de mis ensoñaciones; "¡El panadero!"

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